El Trabajo del Director de Escena

Como dice Louis JOUVET es inútil definir la tarea la tarea del director de escena, pues sus funciones son complejas, inabarcables y hasta podríamos decir que indefinidas.

El director es el responsable de ensamblar, coordinar y vincular los diferentes componentes de la representación, de organizar sintácticamente y de orientar semánticamente el espectáculo. Pero, también sabemos que muchas de estas soluciones se producen gracias a la participación de varios creadores. Así pues, desde un principio, el director sabe que su libertad individual está condicionada (que no limitada) por el hecho de inscribirse en una polifonía, es decir, en un arte que es fundamentalmente colectivo, colaborativo y, hasta cierto punto, democrático, lo que conlleva una responsabilidad artística compartida (todos formamos parte de la misma ecuación). Según Peter BROOK esto conlleva una ética, pues el compromiso colectivo debe estar siempre por encima del deseo de expresión individual. Y es precisamente esa polifonía, de la cual forma parte el propio director, tan necesaria creativamente en el teatro, la que no deja ver con inmaculada nitidez la aportación de su trabajo y ser reconocido (más allá de la apreciación artística) como el verdadero “autor” de la puesta en escena.

Sin embargo, al director se le exige una multitud de cualidades que son impensables en cualquier otro creador. Un director de escena siempre ha de tener algo que decir: ha de poseer visión, sentido de la narración, liderazgo, compromiso, carisma, credibilidad, autoridad, empatía, dotes de comunicación y de transmisión, de acción y de resolución, de fomento de la creatividad del grupo… Ha de desplegar capacidades cognitivas, físicas (corporales, vocales), técnicas, formativas, tácticas (estratégicas y de procedimiento) y psicológicas (de relación). Tiene que combinar habilidades creativas, analíticas, organizativas y de gestión. Ha de desarrollar todas las inteligencias múltiples de las que habla H. GADNER, y sumar además una poderosa inteligencia emocional. Debe añadir a esas virtudes el conocimiento de una serie de materias que abarcan todo lo humano y lo divino: la psicología de las motivaciones y de las emociones; aquello que tiene que ver con la espiritualidad, la filosofía, la historia y la sociedad en su conjunto; con el contexto al que nos dirigimos y las fuerzas ideológicas y económicas que lo movilizan; ha de saber de moda, de las corrientes estéticas y de todo el arte en general: composición, diseño, movimiento, voz, música, iluminación, vestuario, pintura, arquitectura, escultura, etc.

A todo ello debe sumar un determinado gusto estético, una intuición poderosa que oriente al grupo a un determinado lugar, y una particular manera de ver las cosas que nos haga mirarlas como si se trataran de la primera vez. Debe tener el don de la fe y de la credulidad, y ser capaz de transmitírsela a los demás para que le sigan. Durante los ensayos su motor será la atención y su gran virtud la paciencia. Escogerá y conducirá el sentido dentro del propio sentido que las obras tienen. Llevará siempre una brújula y no un mapa, para permitir que la intuición y la belleza surgida del azar también tengan algo que decir. Estimulará creativamente al grupo, azuzándole, para provocar las crisis que más tarde tendrá que resolver. Luchará contra las resistencias que él mismo se imponga, para encontrar una esfera creativa de libertad. Aunará voluntades, y convencerá a los demás para que emprendan su propio camino personal, gestionando los egos y, entre ellos, el suyo propio. Trabajará para un resultado del que paradójicamente, al final, no formará parte. Si llega el éxito lo compartirá con los demás. Si no, sentirá que él es el principal responsable y que todos le abandonan. Su trabajo estará siempre expuesto a las miles enfermedades del teatro y de la profesión: la falta de recursos y de los medios materiales, la carencia de tiempo, la dificultad de su distribución, la crítica del público y del entorno, y en definitiva lo efímero de un trabajo que siempre estará expuesto a todo tipo de vicisitudes.

La labor del director es por eso la más difícil, la más compleja, la más contradictoria, la más expuesta, la más personal, la más vulnerable, la más desgastadora y, quizás, la más desagradecida… Pero, por esos mismos motivos, la más maravillosa de todas las profesiones.           

Javier Mateo